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martes, 8 de septiembre de 2009

Discreción

¿Crees que sabes elegir a tus amigos? ¿Tus secretos de alcoba están a buen recaudo? ¿Tienes algún vicio oculto?

Preguntas que normalmente no nos hacemos.

Cuando conocemos a alguien, dependiendo de las circunstancias, no nos paramos a pensar ciertas cualidades que, al final, son las que marcarán el futuro de esa relación.

En otras entradas he comentado las tres cualidades que yo considero deben tener aquellos que van a ser mis amigos. No voy a volver de nuevo a ellas.

A veces, tenemos que ir más allá de esas tres cualidades. Desgranarlas en otras más pequeñas. Por ejemplo, la lealtad. Para mí es una de las cualidades más importantes para mantener una amistad o cualquier tipo de relación.

Hay personas que carecen de esa lealtad. Hay personas que creen ser leales. Hay personas que creen que son, en definitiva, la rehostia. Te das cuenta, a veces tarde, de que no es así. Cualquier cosa que les cuentas, ellos la magnifican, la decoran a su antojo y, posteriormente, la explican en una conversación de cafetería como el que no quiere la cosa.

Has visto el título de la entrada, ¿verdad?: Discreción.

Hoy juego a ese palo. No puedo con la gente así. Una cosa es contar un detalle sin importancia, gracioso a veces, no tanto otras. Bueno. Se puede perdonar. Pero existen personas con las que me es imposible compartir absolutamente nada. Realmente, a veces me dan incluso pánico. Pierdo mi buen rollito. Pierdo incluso mis ganas de poder disfrutar de una conversación con más gente. Me apago.

Esas personas que cuentan algo importante. Un detalle que puede marcar tu opinión. Una información que no deberías conocer. Una historia sobre algo que incluso puede estar socialmente mal visto.

Luego ves a la persona sobre la que se ha producido semejante indiscreción. Transita inocente. No tiene ni idea de que sabes algo sobre ella que no deberías. Algo que pertenece única y exclusivamente a su merecida privacidad. Pero que alguien, un insensato, un gilipollas con todas las letras ha aireado para echar unas risas quizás. Pues bien, miras a esa persona y ya nada es lo mismo. En un momento te da lástima. En otro no sabes que pensar. En otro eres malo y también dibujas una sonrisa en la boca.

Pero lo piensas. Te das cuenta de que realmente no ha hecho nada malo. Su vida privada es, eso, privada, y cada uno hacemos lo que nos parece en ella. Nadie tiene por qué juzgarnos. Nadie tiene ni siquiera que opinar sobre nosotros.

Para mí, el indiscreto, si lo ha hecho a conciencia, y sabes que repite, ya no pinta nada. No existe. Se acabó. En mi vida no tiene ningún espacio.

El indiscreto, tanto el que cuenta de primera mano, como el que hace eco de esas informaciones, nos puede parecer un tipo simpático, pero no nos engañemos, en cuanto pueda, hara lo mismo con nosotros. Vive de eso. Su simpatía está basada en eso. No tiene argumentos propios. Sus chistes siempre son sobre los demás. Acaba en boca de todos.

A veces nos fiamos más de las apariencias. Nos fiamos de esos cánones de belleza para dar más credibilidad a lo que alguien nos cuenta. Incluso les reímos las gracias. No nos damos cuenta. No vemos lo que realmente cuenta. No vemos las intenciones. Quizás, tanta luz, nos ciega.

Apaga la luz para verme mejor...

àlex

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