Total de páginas vistas

domingo, 31 de octubre de 2010

De padres a hijos

Hoy ha sido un día especial. Hoy ha sido uno de esos días en los que me voy dando cuenta de que hay cosas que realmente pasan de padres a hijos y, estos, a su vez, vuelven a pasarlo sus hijos.

Es un tipo de herencia que nada tiene que ver con el dinero ni las posesiones. Es esa herencia de la que siempre todos nosotros nos sentimos orgullosos y que nos hacen darnos cuenta de lo valioso que es compartir momentos con la familia.

Un amigo me lo dijo hace tiempo, y creo que ya lo comenté por aquí: "El dinero que no ganemos hoy, no lo echaremos de menos... El tiempo que no pasemos con nuestros hijos... Sí..."

Recuerdo las colecciones de cromos que hacía cuando era pequeño. Ser el benjamín de la casa tenía sus bondades, una de ellas era que ya desde bien enano tenía álbumes corriendo por la casa. Recuerdo que, en aquella época, acabar las colecciones era complicado.

Los sobres de cromos eran bien diferentes. No eran adhesivos, los pegábamos con el famoso pegamento imedio. Aquel al que le ponías un alfiler de tu madre para que siguiera manteniendo la salida libre. En cada sobre, venían cerca de diez cromos, aunque este detalle ahora no lo tengo muy claro. Lo mejor de todo era su precio, dos con cincuenta... Pesetas. Lo que vendría siendo hoy entre uno y dos céntimos de EURO. Hoy valen sesenta céntimos y vienen seis.

También recuerdo que en aquellas colecciones de la liga que ya hacíamos, había cromos que eran dificilísimos de conseguir. Aquellos Quini, Migueli, Maradona, Butragueño, Gordillo con sus calcetines caídos... Podías cambiar a Maradona por diez o veinticinco cromos. Hoy, tienes a Messi o a Forlain (éste último parece más escaso) y lo sigues cambiando por uno.

Ya no se juega. Ya no se hacen dos montones y se apuestan unos poquitos a un montón. Sólo se cambia.

Hoy puedes acabar la colección pidiendo los cromos directamente a la casa que hace el álbum. Te viene el formulario dentro del álbum.

Pero no, yo no quiero. Yo he recordado aquellas mañanas de domingo que mi padre nos llevaba al "Mercat de Sant Antoni" de Barcelona. Allí, en los chaflanes, nos reuníamos un montón de gente con un único objetivo: Conseguir los cromos que nos faltaban para acabar la "cole". Las recuerdo con cariño. No con nostalgia, porque no tengo ese sentimiento, pero sí como algo que perdurará por siempre en mi memoria. Uno de esos momentos entrañables que siempre me acompañarán...

Hoy he llevado por primera vez a mis hijos a cambiar cromos al "Mercat de Sant Antoni". Ha sido igual. He recordado, con la cara que ponía mi hijo al ver el escudo del Barça que le faltaba, o a Forlain, la ilusión que me hacía a mí cuando tenía su edad. Pero hoy también he podido sentir lo que supongo que sentía mi padre, y no es otra cosa que dejar salir al niño que todos llevamos dentro, porque yo también notaba la ilusión que me hacía encontrar los cromos ausentes en el álbum. El momento de tacharlos de la lista hecha en un papel cuadriculado arrancado de una libreta.

Ha sido una gozada. Ahora, toca volver... Y si es posible, volver tres generaciones juntas al lugar en el que se terminan las colecciones de cromos en Barcelona: "El Mercat de Sant Antoni".

No desaproveches las pequeñas oportunidades de pasar un rato con los tuyos. Pensamos que siempre están ahí, y en ocasiones, más de las que realmente deberíamos, los dejamos en segundo plano precisamente por pensar eso, que ya los tenemos cerca. Quizás, a última hora, nos arrepintamos de no haber pasado más tiempo juntos...

Que vaya bonito,

Seguir leyendo...

miércoles, 6 de octubre de 2010

Dudamos

Dudamos.

Es un hecho.

Dudamos de todo. De nosotros mismos. De los desconocidos que nos rodean o se nos acercan demasiado en la calle, en un bar. Dudamos de los compañeros de trabajo. Dudamos de nuestras parejas. Dudamos de lo que escuchamos o leemos.

Dudamos si hacer esto o aquello. Dudamos cuando debemos cruzar la calle en una zona sin semáforo. Dudamos sobre el momento y el lugar de nuestras vacaciones. Dudamos si somos suficientemente buenos para nuestro trabajo. Dudamos si somos la persona adecuada para la persona a la que queremos.

En definitiva. Dudamos...

Incluso aquellos que parecen tan seguros de sí mismos, que se muestran al exterior como personas duras e infranqueables. Personas que están rodeados por un halo que les hace ser como una biblia para los demás, personas que, en ocasiones, parecen tener el corazón de hielo... Incluso esos, dudan.

Las dudas nos llevan al miedo, y el miedo nos lleva a la desconfianza y a la ira. Ese miedo que nos hace dudar de casi todo, consigue que enterremos en un pozo a personas que, sencillamente por aparentar más seguridad o conocimiento que nosotros, se nos cruzan.

Esa duda hace que no demos oportunidad a personas anónimas o no tan anónimas a que entren un poquito en nuestra vida, a que crucen sus caminos con nosotros. Perdemos la posibilidad de conocer al que pude ser un buen amigo o, sencillamente, alguien que hará que profesionalmente seamos mejores y subamos algún peldaño en nuestra propia confianza, porque esa persona apuntala un poquito más nuestro mundo, y puede ayudar a hacer desaparecer las dudas. Pero, la duda inicial, hace que no sea así.

Llegados a este punto, te preguntas por qué estoy escribiendo todo esto.

Estos días, tengo un problema de este estilo. Un problema profesional que, en definitiva, y por mucho que algunos quieran negarlo, se transforma en algo personal, porque paso casi la mitad de las horas del día en mi trabajo.

Alguien, no sé si por la duda o por el miedo, no sé si por algún complejo o si por algo tan sencillo como mi manera de ser, me ha denegado cualquier oportunidad de colaborar en algo importante. No sé qué he hecho mal. Nadie me lo explica. Una amiga, me cuenta que, sencillamente, estaba en el lugar equivocado y en el momento equivocado... Y encima, ni lo estaba, sólo apareció mi nombre.

Profesionalmente, las personas con las que trabajo a diario, confían en mí, no dudan, me cuentan aquellas pequeñas cosas que hacen que su trabajo se complique, y me miran esperando una solución o, simplemente, un punto de partida en el camino de la resolución...

Sin embargo, una persona, no me da la oportunidad ni siquiera de hablar. Una persona que aparenta seguridad en sí misma, porque levanta un poco su voz y se muestra en una línea que roza la mala educación y el desplante hacia las personas que están con él. Parece que ese aire de suficiencia le convierta en alguien importante.

A veces, hacemos eso. Nos rodeamos de aire de suficiencia, tratamos mal a los demás, infligimos duros castigos sobre las opiniones de los demás... Sólo porque dudamos...

Buenas noches y buena suerte...

Seguir leyendo...