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jueves, 23 de abril de 2009

Prometo no volver a jugar a fútbol

Se ha terminado otra semana más en Horsham. Las cosas parecen totalmente estabilizadas. No todo está como a mí me gustaría, pero claro, no soy el ombligo del mundo, aunque en ocasiones piense que es así. En algún aspecto, ya he tirado la toalla, perdido cualquier tipo de esperanza en el sentido común, ya sabes, el menos común de todos.

Llegamos el lunes sin novedad. A eso de las 12:30 estábamos en la oficina y poco después nos íbamos a comer. Fuimos a las viejas. ¿Te acuerdas de este restaurant? Lo comenté en alguna entrada de la semana pasada. Allí descubrí la famosa salsa de menta que usan estos señores para las carnes (pedimos costillas de cordero, todos) y a mí, particularmente, no me dijo nada. Ya sabes, soy rarito para muchas cosas, entre ellas el tema de la comida. Poco que destacar, excepto a alguien que hizo algún comentario sobre su suegra que mejor no pongo aquí, más que nada por ser un poco discreto y mantener la decencia, aunque sea por una vez.

Por la noche nos fuimos a cenar al indio de Crawley, el que está al lado del hotel (por supuesto, después de ir al gimnasio a machacarnos un rato). Llegamos al restaurante a eso de las nueve y media aproximadamente. Éramos cinco, y teníamos que esperar a algún compañero que todavía estaba en la oficina. Durante la espera nos pedimos alguna cerveza. Nos pusimos a reír pronto, seguramente necesitamos poco para ponernos a reír, y alguna cerveza de más, nos hace perder la timidez y reírnos un poquito más. En mi caso con poca cerveza tengo bastante, aguanto poco el alcohol, quizás soy poco hombre, no lo sé, yo creo que, sencillamente, no tengo el cuerpo acostumbrado a beber y con poco me basta.

Nos lo pasamos muy bien. Llegaron cuatro compañeros más, que, claramente, se encontraron un poco fuera de lugar. Nosotros ya estábamos con alguna que otra frase de aquellas que no tienen ningún tipo de gracia a no ser que ya lleves un buen rato dentro de la conversación y con ese puntillo de deshinibición que te puede dar la cerveza. Luego vino alguna crítica. No eran muy imaginativas, ya sabes, si lo piensas das con ella……… correcto. “Parecéis niños de EGB”. Yo ya estoy más que acostumbrado a que me digan eso. Pero lejos de molestarme me halaga. Me gusta ver que todavía conservo ese punto de poder hacer el tonto y reirme durante un buen rato, sin hacer daño a nadie, y si es como un niño, pues mejor. Supongo que no todo el mundo es capaz de sentirse así, hay personas excesivamente maduras que no pueden permitirse según que cosas. A mí me hace mucha gracia la gente que piensa así. La gente que mantiene esas posturas tan “interesantes” y que son incapaces de soltarse y pasárselo bien cuando toca.

Quizás yo he estado también demasiado tiempo por estos lares sin ser capaz de pasármelo bien. Ahora, mirándolo desde otro plano, sólo puedo decir que es una lástima, pero qué vamos a hacerle.

Desde allí nos fuimos al hotel. La gran mayoría se fueron directamente a la habitación. Muchos madrugan una barbaridad y a esas horas ya están con muchas ganas de irse a dormir. Nos quedamos cuatro o cinco tomándonos la última copa, riéndonos de alguna madurita que había allí con lo que a nosotros nos pareció ganas de fiesta. De ahí, nos fuimos a la cama en poco rato.

El martes llegó X. desde Brasil. De esta manera, la tropa (es así como nos llaman de forma “cariñosa”) estábamos al completo (somos tres). Estábamos ya pensando en el partido del miércoles.

Precisamente el partido fue quizás lo mejor de la semana. Parecía que íbamos a ir unas veinte personas, pero al final nos quedamos en catorce, y no estaba mal, sobre todo teniendo en cuenta que íbamos a jugar a fútbol sala.

Mi hermano, que sabe más que yo, ya me dijo el martes “¿Tú a jugar a fútbol? Lleva cuidado, no te hagas daño”. Esto tiene una explicación fácil. Yo he jugado toda mi vida a baloncesto, y no es que lo haga precisamente bien, la naturaleza no me ha dado facilidades físicas para la práctica de los deportes. No dispongo de un gran sentido de la coordinación, imprescindible para cualquier deporte, y más con balón. Pero bueno, creo que tampoco lo hacía tan sumamente mal. A lo que iba, si a que juego igual con ambos pies, igual de mal quiero decir, le sumamos que ya son treinta y siete tacos los que tengo y que no me encuentro en mi mejor momento de forma, el aviso era lícito. Yo, por supuesto, ni caso.

A las 18:45 del miércoles nos esperaban dos taxis a la puerta de la oficina para llevarnos al campo de fútbol, que se encontraba a unos tres kilómetros de allí. Nos subimos unos cuantos y otros fueron en coches de compañeros ingleses. Una vez allí, empezamos a jugar un ratito a medida de que íbamos llegando.

Nos habíamos prometido a nosotros mismos, con el fin de evitar lesiones y cosas raras, el calentar y estirar antes de empezar a “evolucionar” por el campo. ¿Crees que lo hicimos? Pues está claro que no. Nos mezclamos ingleses con españoles, y empezamos a correr como los toros cuando salen a la plaza. A la tercera carrera yo ya tenía el hígado fuera. A partir de aquel momento, me iba a encontrar ante la situación más patética de mi vida, pero eso sí, creo que la llevé con la máxima dignidad posible.

Cuando estuvimos al completo, decidimos jugar los españoles (bueno, menos uno que prestamos a los ingleses por encontrarse en inferioridad numérica) contra los ingleses. Un partidillo de pachanga para ponernos a cada uno en nuestro sitio.

Yo, por mi forma de jugar a cualquier deporte, con gran facilidad para entrar al contacto, me quede en la zaga, jugando básicamente por la derecha. Allí me encontré con un tipo más grande que yo y que me dejó los tobillos para el arrastre. A mí me recordaba a cuando estábamos en el patio del colegio, madre mía, que poca organización y coordinación. Era a ver quién podía más. Interesante.

Tuvimos algún temilla gracioso, como el típico que llega al campo y lo primero que te pide es que no grites. ¿Te lo imaginas? Estás jugando a fútbol o a baloncesto y te viene un tío a decir que no grites. Recuerdo perfectamente a mis diferentes entrenadores, sobre todo cuando defendíamos, aquella maldita frase de “no se oye a nadie ahí abajo”. Creo que uno de los conceptos básicos de cualquier deporte de equipo es el diálogo, y por supuesto no puedes hacerlo hablando flojito. Sería de lo más divertido, pero bueno, quizás hay que hacerlo pausado y con un tono de voz como de conversación en una sala reducida, en una partida de ajedrez. Si estás defendiendo por un lateral y ves que un contrario pasa por detrás de tu central, pues dejas tu lateral un momentito (por supuesto le pides al delantero que no se mueva, no fastidiemos), te acercas al central y le dices, en un tono relajado, “oye tío, cuidado, que creo que tienes un delantero pasando por detrás”. Luego debes volver a tu sitio de origen, sería una falta de respeto al contrario dejarlo allí.

Bien, mariconadas a parte. Yo seguí evolucionando por el campo. Me dio el amigo de antes tal patada en la parte posterior de mi tobillo derecho, que hizo que me subiera el gemelo hasta las orejas. Hay que decir en mi defensa, que ya llevaba ese gemelo tocado desde el lunes, y ya no soy un chavalín. A partir de ahí, nada volvió a ser lo mismo. Me costaba moverme. Me puse un ratito de portero, y luego volví a la defensa, hasta que llegó otro y le metió un zurriagazo al balón tremendo, con toda la mala suerte que yo salté para que no llegara a nuestra portería y me impactó de lleno en mi rodilla derecha. Madre mía que dolor. No pude hacer otra cosa que dejarme caer al suelo y reírme a carcajada limpia, pero esa risa que todos saben que es más de mala leche (al parecer solté algún que otro improperio) que de otra cosa. Estoy escribiendo este blog 24 horas después y todavía me duele. Creo que se me va a poner de todos los colores. La pelota no era la apropiada. Punto.

A las 20 horas nos echaron de allí, amablemente. No nos pudimos duchar, habían algunos compañeros a los que no les iba bien hacerlo allí y preferían ir al hotel. Pues bueno, nos vamos para allá. Había que esperar unos 20 minutos a los taxis para que vinieran a recogernos. Dos ingleses se dispusieron a ir a la estación de tren más cercana (Littleheaven), así que, aprovechando que teníamos el billete comprado de la mañana, nos fuimos X. y yo con ellos.

Fue una charla entretenida. Para mí la mejor. Al decirles que tenía treinta y siete, me dijeron que no se lo creían, y me echaron poquito más de treinta. Así que ya no me quedaba nada más para contentarme. Hay gente muy maja allí.

En el hotel, después de ducharnos, me comí una hamburguesa con patatas, buenísima, por cierto. Para beber, Still Water, agua sin gas. Me pusieron un vaso de agua. No vi botella. Y me cobraron por ella 1,50 GBP.

Al levantarme esta mañana, no solo me dolía la pierna derecha por las patadas y el balonazo. No podía doblar la pierna izquierda. He pasado un día horrible.

Creo que confiaré más en mi hermano y no volveré a jugar a fútbol. Me dedicaré al baloncesto. Por lo menos ahí, aunque sea igual de malo, no me haré daño.

Mañana es el gran día. Estoy algo nervioso. Bueno, estoy muy nervioso. Supongo que no podré escribir durante todo el fin de semana ya que no veré bien de cerca. Pero en cuanto pueda, prometo contarte la experiencia desde mi punto de vista.

Nada más. Sólo felicitar a todos los Jordi, Jorge o George que pueda conocer. Hoy es un día importante para los catalanes. Para el que no lo sepa, para nosotros hoy es nuestro día de los enamorados.

Si has leído esta entrada entera. Gracias por tu paciencia.

Sé feliz, seas quien seas, sin excepción.

àlex

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