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domingo, 15 de noviembre de 2009

ICHO: Una experiencia casi religiosa

Una de las cosas buenas de la vida son las pequeñas sorpresas. Esas que te vienen sin más. Aparecen. No las buscas.

Ayer nos fuimos de cena. Quisimos un japonés. Si algo he aprendido en mi estancia en la isla de la reina madre es a abrir mi mente. Sí, lo que oyes. He abierto mi mente más de lo que te puedes llegar a imaginar. Sobre todo en el terreno culinario. Siempre había sido muy cerrado. La comida de mamá, y poco más. El resto, por supuesto, comida típica española y punto. Sigo sin querer comer ciertas cosas, es posible que mi mente no esté tan abierta, pero reconozco que mirando un año atrás, el hecho de haber probado diferentes cocinas internacionales, sobre todo asiáticas, ha sido un paso hacia delante en mi vida.

Lo que te decía. Pregunté a un gran amigo mío que es un crack. Siempre que necesito quedar bien con un restaurante, un vino o lo que sea, es mi gurú. En mi línea, no voy a poner su nombre. Sus iniciales son D.C. y he compartido con él grandes momentos aquí y fuera de este país.

Me recomendó el restaurante ICHO BCN. Está situado en la parte alta de la diagonal. Y es un sitio que, con una apariencia inicial un tanto de diseño, es la mar de acogedor. La decoración es muy agradable. Sin estridencias. A mi forma de ver, simple. Como me gusta.

Había reservado mesa (yo lo hice por correo electrónico). Cuando llegamos, empecé a adivinar cual iba a ser el trato durante toda la velada. Magnífico. Una cordialidad absoluta. Una sonrisa en todo el personal, mayoritariamente femenino, por cierto. Siempre está la misma persona cuidando hasta el más mínimo detalle para conseguir que la experiencia sea lo mejor posible. Un restaurante en el que, supongo que debido a su naturaleza, te inunda un entorno totalmente relajado. La presentación de la mesa, dentro de su simpliciad, te llama la atención por su buen gusto.

He de reconocer que iba un tanto en guardia. A mí, personalmente, el sushi no me gusta. Mis experiencias, igual contigo, en Londres, no fueron excesivamente buenas. Vale, no engañemos a nadie, mis experiencias allí fueron horribles.

A partir de aquel momento, decidí abrir completamente mi mente, aunque, por supuesto, evité el sushi. La carta de este restaurante no es muy abundante. No encontré que tuvieran una gran variedad de platos. Quizás ese es su encanto.

Primero un pequeño aperitivo. Una copa de cava y un langostino en tempura. Fantástico.

Como entrante, me dejé guiar por mi amigo D.C. y decidí pedir el plato estrella: Onsen Tamago (en la carta también está como Onsen Tomago), cangrejo de cáscara blanda en tempura y huevo cocido a baja temperatura. Aquí toqué el séptimo cielo. Un universo de sabores y texturas llenaron mi paladar. Creo que en mi vida había probado algo así. Si los manjares de dioses existen, seguro que ese es uno de ellos. La puesta en escena del plato no te deja indiferente. Una chica te explica exactamente en que consiste el plato. Cómo se prepara. Cómo se presenta. Cómo se degusta.

No voy a desvelarte más detalles. Para mí, es un lugar al que debes acudir si vienes a Barcelona. Olvídate de prejuicios culinarios hacia otras cocinas, si es que los tienes. La fusión de la cocina tradicional japonesa y la nuestra se dan cita en este gran restaurante.

Por cierto, la carta de vinos es muy extensa y los postres... un pecado.

Que vaya bonito,

àlex

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