Mi colegio estaba en Badalona. En la ciudad. Íbamos a un gimnasio que había en Bufalá, a las afueras. En la montaña.
Allí íbamos un día a la semana dos horas seguidas. Entiendo que había que amortizar el tiempo que nos costaba llegar allí con el autocar.
Salíamos a correr fuera. Era lo primero que hacíamos siempre. Vamos, lo normal. Siempre corres antes de practicar cualquier otro deporte.
En un colegio del tipo al que iba yo, en el que la competitividad era una asignatura más que no estaba dentro del plan de estudios de forma explícita, era bastante chocante su sistema.
El primer día de cada evaluación, recuerdo que hacíamos un circuito. Nos cronometraba. Allí lo importante no era llegar el primero. Lo importante no era competir contra los demás. Lo importante no era ganar o perder. Era indiferente que llegaras en la zona media. Aquel profesor nos enseñó algo vital. Nos enseñó algo que creo que hoy me es muy útil cada día de mi vida.

Aquel profesor me enseño a competir contra mi mayor adversario. A partir de aquel primer crono, sencillamente tenías que mejorarlo en las ocho semanas que duraba la evaluación. A mejor porcentaje, mejor nota.
Aquel profesor me enseño a competir contra mí mismo.
Hoy, después de varias semanas en las que he estado a punto de tirar la toalla en varias ocasiones, por fin he visto la luz al final del túnel. Hoy he conseguido que todo aquello que no funcionaba, dé señales de que va a funcionar en breve. Hoy estoy contento. Me he "premiado" marchando a las nueve de la noche del trabajo.
El día ha empezado muy bien. Con sorpresa agradable. Hay días en los que uno ya no sabe que pensar de los demás. Hay días en que, cuando crees que todo vuelve a ir de mal en peor, alguien te sorprende... para bien. Es agradable.
El día también ha terminado bien. Sólo me faltan aquellos con los que me gustaría compartir un buen momento.
Que vaya bonito,
àlex Seguir leyendo...